Crítica: El Brutalista (The Brutalist)

Un judío de origen húngaro escapa del infierno europeo de la Segunda Guerra Mundial para llegar a Estados Unidos. Lo primero que observa al asomarse por el barco que lo trae a América es la estatua de la libertad. La cual; en un plano bellísimo, poderoso y tremendamente expresionista se la observa de cabeza, torcida. El sueño americano no es tal cual nos lo pintan. Una obra contundente. Sin dudas la mejor de 2024 y probablemente la mejor película de esta década.

László Toth (Adrien Brody), el inmigrante judío, encuentra refugio en Pennsylvania gracias a un primo que le ofrece trabajo y un lugar donde dormir en su tienda de muebles, llamada ‘Miller e hijos’, lo cual le resulta desconcertante a László ya que su primo no se apellida Miller y no tiene hijos, entiende que para sobrevivir en Estados Unidos tuvo que camuflarse. Incluso su primo gracias a su nueva esposa ahora es católico y vive como un americano más. La película es una lucha constante sobre la dualidad para un artista entre vivir una vida bajo propias decisiones y el agachar la cabeza soportando lo necesario para poder sobrevivir y lograr crear.

The Brutalist es impactante, las imágenes que crea son poderosas, tienen peso, importan, retumban y quedan. No son imágenes efímeras como todo lo que ‘consumimos’ en la actualidad. Los temas que retrata también son contundentes y es una película que pretende abarcar mucho; el holocausto, el escape de la guerra, el antisemitismo, la familia, el amor, la vida del artista, las drogas, el dominio, el abuso de poder, el capitalismo inescrupuloso, entre otros temas.

The Brutalist retrata pasajes de la vida del arquitecto de estilo brutalista cuyo futuro cayó en desgracia por las consecuencias de la guerra. El film se divide en dos actos, además de una obertura y epílogo. La primera parte se centra en los primeros años de László en Estados Unidos, los momentos junto a su primo y en cómo tuvo que sobrevivir al escapar de Europa dejando todo atrás, olvidando todo -o casi todo- lo que construyó allí y no sólo en sentido literal. Gracias a su talento un vil magnate, Harrison Van Buren (Guy Pearce), le encomienda a László la construcción de un edificio colosal y totémico, un particular edificio que costará 850 millones de dólares y tiene que ser un auditorio, un gimnasio, una biblioteca y una capilla. Así como la película, también el edificio todo lo tiene que abarcar. La segunda parte del film transcurre desde que, gracias a los contactos de Van Buren, László lograr traer de Europa a su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y a su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy), hasta los años de construcción del edificio Van Buren.

Pese a lograr escapar de la guerra e incluso salvar a su esposa y sobrina, pese a poder reencontrarse con su arte y poder seguir creando edificios descomunales, László constantemente sufre y padece la vida que lleva. Incluso en el propio relato de su esposa, él crea un edificio gigantesco pero no es más feliz que antes de haberlo hecho, pese a que aún no esté terminado László se encierra en soledad dentro de su propia obra para recorrerla y pensar. El retrato de un artista egoísta y perdido en búsqueda de algo que sólo lo puede encontrar explorando dentro de su monumental creación.

La dirección de Brady Corbet es magistral, filma como si lo hiciera hace décadas pese a ser su tercer largometraje con tan sólo 36 años de edad. Encuadra con un poder y una sensibilidad que ya no se ven. Desde planos aparentemente simples hasta los increíbles e impactantes planos secuencia de la película Corbet no dirige con altanería sino en pos de la narrativa intentando que su rol se vuelva invisible. Crea un relato sobre un arquitecto preso en su vida de artista mientras que, en forma y contenido, está hablando del cine. De los cineastas y de su industria. El ya retratado pero siempre interesante conflicto entre el artista y quien lo financia. El productor que otorga libertad creativa al autor pero luego quiere interferir en su visión entorpeciendo el proceso. Corbet denuncia una industria tremendamente abusiva que desprecia a los artistas, los somete y esclaviza a vivir bajo su ala para poder seguir creando.

La película en todos sus apartados es excelente; dirección, fotografía, diseño de producción, montaje, sonido, interpretaciones y guion. La pulcra fotografía fue realizada por Lol Crawley que filma en formato VistaVision para proyecciones en 70mm. Una producción increíblemente cuidada en la cual se percibe un film mucho más caro de lo que realmente fue. Un montaje preciso que nos va revelando información a fuego lento. Un sonido increíble y en especial una banda sonora original de Daniel Blumberg que engrandece al máximo las imágenes haciendo un trabajo sublime. Las interpretaciones son dignas de múltiples premios, destacan Adrien Brody y Guy Pearce por lo espeluznantes que son pero todo el reparto está en una tónica admirable, Felicity Jones teniendo menos metraje pero con escenas cruciales y complejas también hace un excelente trabajo. Por último pero no menos importante el guion coescrito por Corbet y Mona Fastvold es descomunal y terrorífico. Tal vez en el segundo acto por querer abarcar más y en profundidad se sobredramatiza pero es algo que en semejante obra no le quita ningún mérito sino que hasta la engrandece por el desafío. El final es particular porque se siente apresurado en una obra de casi 4 horas, donde en el epílogo la estética cambia justificadamente pero no logra impactar como el resto del metraje y cierra con una línea tan concreta como ambigua, tan acertada en lo que dice como contradictoria con el propio film. Aún así se celebra porque deja con expectativas de más y pese a su duración uno puede desear volver a entrar a una sala de cine para verla nuevamente. Eso hoy en día es un logro extraordinario.

La película es inmensa, no sólo por su duración de 3 horas y 35 minutos, incluido el intermedio de 15 minutos entre ambas partes del film, sino también por su ambición y alcance. Parece que The Brutalist sí acierta en lo que Megalópolis de Francis Ford Coppola falla y no menciono a F. F. solamente por su reciente film sino porque The Brutalist nos trae el vivo recuerdo de ese cine que ya no se realiza más, que parece haber quedado 50 años atrás. Hay una sensación constante durante la proyección la cual es que «ya no se hacen películas como esta», ya no se filma así, ya no se ilumina así, ya no se guiona, musicaliza, fragmenta e interpreta de esta manera y podría seguir enumerando. Corbet deja un precedente importantísimo dejando claro que se pueden crear películas gigantes y magníficas haciendo cine independiente y de autor.

«Nada tiene su propia explicación,
¿Hay mejor descripción de un cubo que la de su construcción?»

Calificación: 9.5/10
Por Julián Lloves para La Butaca Web.

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