¿Vivimos en una sociedad donde ya no existe la verdad, la responsabilidad y la culpa?
Testimonios y mentiras cruzadas sin propias consecuencias se desatan en un círculo social elitista en la cátedra de filosofía de Yale luego de que una alumna, Maggie Price (Ayo Edebiri), denuncie por abuso al profesor Hank Gibson (Andrew Garfield). Julia Roberts interpreta a Alma Imhoff, una respetada profesora de filosofía y la protagonista de esta historia que se debate moralmente entre creerle a Maggie, su alumna, o a Hank, su colega y amigo denunciado.
Alma Imhoff hace una pequeña fiesta-encuentro en su casa donde asisten algunos pocos selectos, entre ellos están su alumna Maggie, el profesor Hank, su marido Frederik (Michael Stuhlbarg) y unos pocos conocidos más. Charlan hasta altas horas sobre tópicos clichés de las banales cúspides filosóficas académicas y tras varias copas la fiesta parece concluir. Maggie sale del departamento de Alma junto a Hank que está notablemente alcoholizado, y vuelve la noche siguiente para confesarle a Alma, dejando a entrever, que Hank abusó de ella. Maggie nota que su propia profesora, a la cual admira, no parece tener la reacción que esperaba recibir, una reacción de credibilidad y sororidad total por parte de una mujer que se forjó en círculos machistas.
En esta película Luca Guadagnino cambia una vez más su impronta como director luego de Queer y Challengers, estrenadas ambas en 2024 y que funcionaban prácticamente como opuestas en tono y estilo aunque con un trasfondo temático que las atraviesa tanto como a este nuevo film escrito por Nora Garrett, actriz que debuta como guionista cinematográfica y crea una trama incómoda que constantemente deja a los personajes a juicio de los espectadores. Utiliza el doble filo los fenómenos como el Me too, la cultura de la cancelación y la construcción de realidad a partir de una no-verdad a dos voces. Incluso la película inicia su metraje con títulos que homenajean a Woody Allen marcando un tono polémico que constantemente empuja al espectador a tomar partido ético en cada una de las decisiones en el film.
La película parte desde ideas muy interesantes que parecen deshilacharse en su ejecución, donde sus personajes privilegiados socialmente no funcionan como espejo empático pero sí como mundo al cual señalar con rechazo. Pareciera que a sus protagonistas no les importa otra cosa más allá de su propio ego y salirse con la suya. Absolutamente todo en sus vidas es una puesta en escena hacia afuera, vidas vividas sin nada genuino en su interior, sino que todo es sólo una imagen que aparentar y sostener para una vidriera de falso empoderamiento. La realidad es una construcción donde no hay verdad, donde no hay interés en el otro, donde no hay amor; donde todo es maleable a nuestro control si, y sólo si, nuestros privilegios nos lo permiten; donde cada cúspide a las que la sociedad nos incita a perseguir con anhelo es una mentira de cartón.
El film muestra miserias en todos lados y utiliza la ambigüedad en cada uno de los planos menos en uno, el último, donde Guadagnino aparenta firmar la película riéndose de la sociedad actual que vive en una constante puesta en escena.
No todo está hecho para que te sientas cómodo y a gusto, películas así se celebran pero esta parece que exagera en ese sentido sin llegar a una conclusión que amerite la reflexión, es y sólo es lo que expone. Toda verdad da pánico y en el film nadie puede decidir ni decir la verdad. Afirma que los adultos siempre deben estar a cargo, es su responsabilidad, pero hoy en día los adultos actúan como niños caprichosos y egoístas, incluso accionando peor que los propios niños. Entonces, ¿Debemos luchar colectivamente contra una sociedad que construye ciertas cúspides o acelerar nuestro egoísta posicionamiento en ellas porque ya no hay más remedio?
Calificación: 6/10
Por Julián Lloves para La Butaca Web.