Por Sofía Luna Roberts
Hay obras que no necesitan grandes escenografías ni elencos numerosos para provocar una experiencia intensa. Muerde, escrita y dirigida por Francisco Lumerman e interpretada por Luciano Cáceres, es una de ellas. En apenas cincuenta minutos, la obra logra sumergirnos en un universo duro y silencioso: el de René, un hombre con retraso madurativo que ha sido encerrado en el taller familiar desde que era niño. Lo encontramos manchado de sangre, confundido, y a partir de allí comienza un viaje emocional donde los recuerdos, el cuerpo y el lenguaje se mezclan de forma inquietante. Muerde se presentará los días domingo (del 22/06 al 29/06) a las 16:00 h, el sábado 09/08 a las 20:30 h, los domingos (del 10/08 al 17/08) a las 20:15 h y el jueves 21/08 a las 21:00 h en la Sala Timbre 4 (México 3554).

La escenografía es minimalista: en el medio se presentan una mesa de madera, algunas herramientas y mucho aserrín. Pero no hace falta más. La iluminación, diseñada con precisión, marca los momentos de mayor tensión emocional (hay luces rojas que parecen gritar lo que René no puede decir), y el diseño sonoro aporta una sensación constante de amenaza, con ladridos o golpes que llegan desde afuera. Todo en la puesta está pensado detenidamente para que entremos en ese encierro no sólo físico, sino también mental y afectivo.
Luciano Cáceres sostiene el relato con una entrega conmovedora. Su cuerpo, su respiración, sus silencios dicen tanto como sus palabras. En su interpretación hay algo profundamente humano y vulnerable: René es frágil, sí, pero también salvaje, confuso, herido. Cáceres no actúa para emocionar, sino para ser fiel a ese personaje quebrado, y eso lo vuelve aún más impactante. Es un trabajo corporal y emocional muy bien cuidado.
Lo que llama la atención de Muerde es que no da respuestas fáciles. La obra toca temas sensibles y comunes como el abandono, la discapacidad, la violencia familiar y la exclusión social, pero sin caer en lo obvio ni en el golpe bajo. Todo se insinúa, se sugiere, y es el espectador quien completa lo que falta en la historia. Esa ambigüedad narrativa, lejos de ser una traba, se convierte en una herramienta poética que da profundidad al drama.
Muerde no busca ser una obra cómoda. Es una propuesta honesta, cruda y cuidada. Lumerman acierta con un texto y una dirección que no sobreactúan, y Cáceres se entrega por completo a un personaje que es todo dolor y verdad. La obra deja una marca, no sólo por su calidad artística, sino por la potencia de lo que propone: mirar lo marginal sin filtros, sin estereotipos, sin metáforas innecesarias, con la contundencia de una mordida que no se olvida fácilmente.