«División Palermo» fue una de esas gratas sorpresas que nos dejó Netflix en su primera temporada. Una comedia con chistes que funcionan, una estructura ágil de episodios de menos de 30 minutos, y una trama central de caso delictivo resuelto por un grupo de inexpertos, fue la fórmula del éxito. Su humor negro, que no temía burlarse de las discapacidades y de cómo la sociedad a menudo invisibiliza a quienes las tienen, fue uno de sus puntos fuertes. También se reía del falso progresismo y de cómo algunas instituciones instrumentalizan la inclusión para su propio beneficio, utilizando a un elenco de personajes que, sin quererlo, formaron una guardia vecinal única: el ciego, el que usa silla de ruedas, el extranjero y otros más.

La segunda temporada se enfrentaba a un gran desafío. Si en la primera funcionó ver a estos «mimados» por la división resolviendo un caso policial, ahora, con su experiencia y reconocimiento, la fórmula necesitaba algo más grande. En esta entrega, el protagonista, interpretado por Santiago Korovsky, es reclutado por los servicios de inteligencia para investigar un nuevo caso. La trama, aunque no sorprende tanto, mantiene intacta su incorrección política, incluso más presente que antes.
La serie repite su exitosa fórmula de maratón con seis capítulos de media hora cada uno. Se profundiza en la participación de los personajes de la guardia urbana, y se introducen nuevos rostros que contribuyen al humor, especialmente al burlarse del sistema político y del uso de la palabra «inclusión». Es precisamente en la burla a sus propios personajes donde la serie encuentra su mayor diversión. Si bien existe el riesgo de que la fórmula se agote en el futuro, por ahora, «División Palermo» sigue funcionando y nos sigue haciendo reír.