Reseña: Yepeto



Por Sofía Luna Roberts

En Yepeto, Roberto “Tito” Cossa pone en escena su gran capacidad para explorar los vínculos humanos con una profundidad que no necesita de mucho cotillón. La historia es simple y gira en torno a un triángulo muy particular: un profesor universitario de literatura; un joven lleno de impulsos y Cecilia, la mujer que ambos desean. Lo que parece un juego de celos y rivalidades se va convirtiendo en un retrato sobre cómo nos paramos frente al amor, la vida y el paso del tiempo según la edad que tengamos y las ganas que nos queden de seguir arriesgando.



La historia es contada con una estructura de diálogos casi artesanal que parecen casuales, pero están cargados de tensión. No hay artificios innecesarios, sino un vaivén de palabras y miradas que van revelando capas de cada personaje. Cabré, como director, potencia esa intimidad de las palabras y entiende que son necesarios ciertos respiros entre los diálogos. Hay algo cinematográfico en cómo maneja los silencios: no son baches, son segundos que abren grietas para que el público complete lo que no se dice. Hay como una suerte de movimiento interno, casi invisible, que va cambiando la temperatura de la escena sin que te des cuenta.

En las actuaciones, el contrapunto es todo. Roly Serrano le da al profesor una humanidad que evita el cliché del “profesor sabio”, es tierno pero al mismo tiempo irritable encontrando un equilibrio perfecto entre la sabiduría y la fragilidad. Alan Madanes entra con una energía que descoloca, es directo, provocador y por momentos, brutalmente sincero. Su frescura se convierte en el motor que saca al profesor de su zona de confort. Y Luisina Arito logra darle una presencia muy concreta a Cecilia en donde tiene algunas apariciones escénicas, pero de igual manera, es constantemente evocada por los otros dos personajes, aunque solamente el profesor pueda verla y conversar con ella en escena.

En Yepeto, uno de los recursos más potentes y llamativos es el paralelismo que se establece entre la realidad concreta de los personajes y la ficción poética que atraviesa sus vidas. El profesor escribe sus propias poesías y Cecilia también lo hace. La diferencia está en cómo cada uno usa la palabra para posicionarse frente al mundo. El profesor escribe con el peso de los años, sus poemas son refugio frente a una realidad que ya le queda incómoda, una forma de mantener vivo algo que teme perder: la intensidad del deseo, la frescura de la primera vez. En cambio, Cecilia escribe desde la inmediatez, desde el vértigo de lo que todavía no tiene forma. Sus poemas no son refugio, sino lanzas: exploran, arriesgan, buscan. En esa diferencia está la clave del choque generacional que sostiene la obra. La poesía no es solo un adorno literario, sino un espejo que amplifica lo que cada personaje quiere y teme.

Siguiendo con este juego de espejos entre ficción y realidad, también se plantea una pregunta interesante: ¿cuánto de lo que decimos (y escribimos) es realmente lo que vivimos? El profesor y Cecilia construyen versiones de sí mismos en sus poemas que no siempre encajan con sus actos. Esa grieta entre la voz poética y la persona real le da a la obra un aire melancólico, porque muestra que a veces escribimos más para inventarnos que para contarnos. Aquí la metáfora funciona doblemente, por un lado, la poesía es una proyección como una cierta “ficción personal” que les permite lidiar con lo que no puede resolver en la vida concreta; por otro, es una forma de seducción. El profesor y el joven no compiten solo por Cecilia como mujer, sino por su mundo simbólico, por su forma de mirar y de decir. En ese sentido, la obra sugiere que la atracción va más allá del plano físico, sino que también se juega en el terreno de las palabras y las ideas.

La escenografía acompaña de manera acertada, con elementos que tienen peso narrativo. El escritorio del profesor repleto de libros, las sillas, las bibliotecas, la iluminación tenue, todo construye un espacio íntimo, como si tuviéramos colándonos en la sala de estar del personaje. Ese realismo sirve para reforzar la sensación de que lo que pasa podría estar ocurriendo en la vida real, ahora mismo. Y ahí está el verdadero golpe de Yepeto: te hace sentir que la historia podría ser la tuya, que esas conversaciones sobre amor, tiempo y deseo no son solo teatro, sino parte de las preguntas que todos nos hacemos en silencio.

Yepeto se presenta los miércoles y domingos, a las 20.30 h, en el Teatro Picadilly (Av. Corrientes 1524, CABA).

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