Se podría hablar mucho del camino reciente de Katy Perry, del tropiezo quizás injusto de su disco 143 y de un revival que muchos sentían pendiente. Pero tras el lanzamiento de su Lifetimes Tour, la conversación dio un giro. La gira, conocida por su espectacular producción —con efectos visuales deslumbrantes, una escenografía de primer nivel y la propia artista surcando el aire del estadio—, puso de manifiesto que su poder en el escenario seguía intacto.

Cuando se anunció la etapa latinoamericana del tour, la noticia vino con una advertencia: el show no tendría el escenario completo ni toda la parafernalia original. La polémica no se hizo esperar, pero las dos fechas en el Movistar Arena de Buenos Aires se mantuvieron firmes. Es un recinto excelente para conciertos, aunque con una capacidad menor a la de otros estadios, lo que justificaba el recorte de producción para su llegada a nuestro país.
Sin embargo, para los afortunados que asistieron a la primera fecha, el 9 de septiembre, la experiencia fue más que satisfactoria. A pesar de la reducción del show, la producción brilló por sí sola. Si bien no pudimos ver a la artista volando sobre el público, el trabajo en las visuales, los cambios de vestuario y la sincronía entre músicos y bailarines demostraron un nivel de detalle impecable. Pero más allá de lo técnico, hubo un elemento que lo llenó todo: el inmenso carisma que Katy Perry irradia en cada momento.
El concierto comenzó con la cantante elevándose en un círculo para interpretar Artificial, dando la bienvenida al público de Buenos Aires. El show se estructuró en episodios, un concepto futurista y ciberpunk que va explorando las «vidas» de la artista. Le siguieron éxitos como Tear Eyes y Dark Horse, y luego un bloque de puros clásicos que levantaron al público: Woman’s World, California Gurls, Hot n Cold, Last Friday Night y I Kissed a Girl. La ovación fue ensordecedora, reviviendo algunos de los momentos más icónicos de su carrera.
La noche continuó con excelentes interpretaciones de temas como Nirvana, Crush y Wide Awake. Uno de los puntos más especiales fue la sección interactiva, donde el público tuvo la oportunidad de votar por una canción. Una ruleta virtual elegía un álbum y, a través de un código QR, los fans votaban por su tema favorito. Con mucho humor, Katy bromeó sobre la falta de conexión a internet en el recinto: «Aquí no dan wifi en los conciertos, ¿verdad?». Finalmente, el tema elegido fue Never Really Over.
El clímax de esta sección llegó cuando Katy subió a dos fans al escenario. Al darle el micrófono a una de ellas, llamada Guadalupe, la artista se sorprendió por su voz y la invitó a cantar juntas una canción que la fan se supiera. La elegida, The One That Got Away, no estaba en la lista original del show, pero es un himno para los fans. La versión improvisada a dúo fue uno de los momentos más conmovedores y aclamados de la noche.
En los tramos finales, sonaron canciones como Part of Me y Rise. Antes del bis, Katy Perry envió un mensaje directo y lleno de ironía, haciendo referencia a quienes le dijeron que no podría llevar su show a Latinoamérica por ser demasiado costoso. «No me importa, los fans de aquí son muy importantes y necesitaba venir», expresó, demostrando su dedicación.
El cierre fue una escalada de emoción. La imponente Roar hizo vibrar el estadio, seguida de Lifetimes y un final a lo grande con el himno Firework, un broche de oro para una noche en la que Katy Perry reafirmó que su carisma y conexión con el público son una fuerza imparable.
Gracias Move Concerts por la invitación al show