Por Sofía Luna Roberts
Hay algo casi inevitablemente magnético y llamativo cuando se trata de juntar a dos íconos nacionales como Evita y Gardel en un mismo escenario. Dos mitos que condensan el brillo y la tragedia del ser argentino toman cuerpo en “Evita y Gardel: una experiencia inmersiva en San Telmo”, dirigida por Gastón Brian Gliksztein. La propuesta combina teatro musical, audiovisuales y un recorrido metafórico e histórico por el barrio de San Telmo, un formato que le da un aire fresco al homenaje y que invita al público a sumergirse en una Buenos Aires que vacila entre lo real y lo mítico. Desde el primer momento, el espectador siente que entra a un universo paralelo, donde el tango y la historia se entrecruzan en una atmósfera cargada de emoción y nostalgia.

El punto interesante de la obra está en su puesta en escena. Las luces, los audiovisuales, la música y la escenografía trabajan como un dispositivo sensorial que envuelve y sostiene el relato. La dirección apuesta a una experiencia que más que contarse, se vive. En un contexto teatral porteño que suele quedarse en la reproducción de los clásicos, “Evita y Gardel” se anima a experimentar y a convertir el espacio en una parte activa de la narrativa. El barrio de San Telmo con su historia y su melancolía funciona casi como un tercer personaje, un escenario que respira tango y memoria.
Paula Cefali, como Evita, y Diego Soler, como Gardel, logran una química escénica que sostiene el juego entre el mito y humanidad. No hay caricatura ni solemnidad excesiva sino una reconstrucción sensible de dos figuras que dialogan desde la eternidad sobre el amor, la gloria y la relación incondicional con su pueblo. Las canciones de Gardel y Le Pera le dan ritmo a una dramaturgia que se mueve entre lo emotivo y lo poético, sin perder del todo su anclaje político. Porque si algo mantiene vivo a estos mitos es justamente la tensión entre lo popular y lo institucional, entre la devoción y la critica.
En este sentido, la obra no busca desarmar los símbolos sino revivirlos desde la emoción colectiva. “Evita y Gardel” propone una suerte de ritual, un reencuentro con dos figuras que siguen siendo espejo de la identidad argentina. Lo inversivo se utiliza como una técnica escénica y, al mismo tiempo, como una forma de entrar en la historia y dejarse afectar por sus voces. Esa cercanía es lo que vuelve potente la experiencia aún cuando el guión por momentos prefiera la emoción a la reflexión.
“Evita y Gardel” se siente como una celebración de la memoria popular en clave contemporánea mediante la hibridez de lenguajes y la reapropiación simbólica. La pieza inscribe sus figuras en un tiempo suspendido (entre pasado y presente) donde lo popular se actualiza como gesto identitario. En ese diálogo entre mito y contemporaneidad, el espectáculo rescata a dos íconos nacionales para revelar cómo la memoria argentina se construye desde la performance, el afecto y la persistencia del relato. “Evita y Gardel” es una experiencia que recuerda que la historia también se habita con el cuerpo, con la voz y con la emoción compartida.