El barrio de Caballito fue testigo de un ritual que marcó un antes y un después en la música urbana nacional. El pasado 11 de diciembre, el Estadio Ferro no solo recibió a un rapero; recibió a un artista integral que, con apenas 23 años, se encargó de demostrar que la música argentina es una sola, sin grietas generacionales ni etiquetas de género.

La apertura: Un manifiesto de barrio
A las 21:00 en punto, la puntualidad inglesa se mezcló con el ADN de La Boca. Trueno irrumpió en el escenario y, sin dar respiro, desató el pogo con una dupla letal: “Grandmaster” y “Fuck el Police”. Desde el primer minuto, quedó claro que no era un show más; era una declaración de principios.
“Qué hermoso verlos de vuelta. Hoy se termina El último baile. Ustedes son mi gente, mi familia. Gracias por vivir esto conmigo, es un sueño”, confesó Mateo Palacios, visiblemente emocionado ante una marea humana que agotó las localidades.
Un viaje sonoro de dos horas
Acompañado por una banda de una versatilidad asombrosa, el show transitó por un groove contagioso que saltó del jazz al soul, y del reggae al rock más crudo. Durante 120 minutos de intensidad ininterrumpida, Trueno presentó la versión Deluxe de su aclamado disco El último baile (2025).
El concierto se estructuró en bloques dinámicos que permitieron ver todas las facetas del artista:
* El MC de vieja escuela: Con momentos de freestyle puro que recordaron sus orígenes.
* El ídolo global: Con hits que invitaron al perreo y la fiesta popular.
* El poeta melancólico: En el bloque final, con la infaltable “Mamichula”, bajando los decibeles para conectar desde el sentimiento.
Puentes generacionales: De Milo J a Serú Girán
Si algo definió la noche en Ferro fue la capacidad de Trueno para unir mundos. Primero, invitó a Milo J para interpretar “Gil”, celebrando la consolidación de la nueva camada de artistas que dominan la escena global.
Sin embargo, el punto de inflexión y el momento que quedará grabado en los libros de historia ocurrió cuando Mateo decidió homenajear las raíces del rock nacional. El estadio estalló en un grito ensordecedor cuando David Lebón y Pedro Aznar, miembros de la mítica banda Serú Girán, aparecieron en escena.
Juntos interpretaron una versión conmovedora de “No llores por mí, Argentina”. Fue el encuentro de dos mundos: la cultura rapera de La Boca abrazando al símbolo eterno de nuestra música. En ese instante, las edades y los sectores sociales se borraron; solo quedó el canto unísono de un estadio que entendió que la identidad musical argentina es una herencia compartida.
El cierre de una era
La noche terminó con la sensación de haber presenciado una consagración definitiva. Con una puesta en escena de alto impacto y una conexión permanente con su «familia» (su público), Trueno despidió el año más extraordinario de su carrera. El joven que empezó tirando rimas en la Plaza de los Bomberos de La Boca, ahora domina estadios, une leyendas y proyecta el hip hop argentino hacia un horizonte sin límites.










