Por Agustín Arosa
“La Tempestad” de William Shakespeare representa uno de los arrebatos más creativos dentro de la literatura teatral, no sólo por el universo mágico e imaginativo que con naturalidad se desenvuelve en su trama, sino por el persistente halo de misterio que ronda las obras shakespeareanas en torno a su fidelidad textual e incluso a su autoría.

Un fenómeno similar ocurre con la pieza desplegada por el Ballet de Danza Contemporánea del Teatro San Martín: no es lo mágico de la obra original lo que nos envuelve, sino el universo fantástico que los cuerpos danzantes exhiben. Lo sublime no es ya la presencia de una obra magna narrada con la danza como juego mímico, sino la destreza y naturalidad con la que un conjunto de bailarines virtuosísimxs son capaces de presentarnos aquello que está hecho de la misma materia que los sueños.
En “La Tempestad” la persistente exégesis es tensionada por la virtud, y los ojos se embelesan al ver lo que todxs creemos imposible (independiente de lo que cada quien desee): enarbolar un poema en movimiento. Si hay algo que aplaudir intensamente, es el agotamiento de esos cuerpos fantásticos que se niegan al respiro, haciendo de la obra una experiencia bella y convocante.