Crítica: Luchando con mi familia

Por Bruno Glas

La pasion manda

La Roca es alto, corpulento, inmenso. Cuando aparece sonríe, simpático, como con picardía. No tiene más de media hora en pantalla, pero ese magro tiempo le alcanza para brillar con luz propia. La Roca es, en el mundo de la lucha libre, uno de sus representantes. Es posible que no todos lo sepan, y el epílogo, con cierto humor, lo deja bien clarito: Dwayne “La Roca” Johnson se dedicó a la actuación después de dejar este deporte.

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En “Luchando con mi familia” a quien primero vemos aparecer es a La Roca. Me explico: no lo vemos interpretando a un personaje, lo vemos haciendo de sí mismo. Para ser más preciso, lo que vemos de él es un footage, una imagen de archivo. A través de la pantalla de un televisor, lo vemos ingresar al cuadrilátero. Esa pantalla es la que, muy emocionado, mira un pibe que sueña con estar ahí algún día. Llega su hermana menor, y rápidamente cambia de canal. La pelea que sigue entre ambos se resuelve con un gag brillante y preciso, que nos presenta a los padres. Los Knight (nunca tan acertado el apellido) son una familia de luchadores, y la lucha como tal adquirirá en el film varios sentidos. Es la lucha de Paige, por formar parte de la WWE, algo así como la compañía más grande de lucha libre del mundo. La de su Zak, que enfrenta la decepción de no haber sido seleccionado para formar parte de ese mundo con el que tanto soñó, a diferencia de su hermana. La pelea final por el título de campeón, que decidirá la suerte de Paige… y la de la película misma. El film fusiona acertadamente los momentos cómicos con los elementos más dramáticos, con un pulso que hace que el ritmo no decaiga nunca. Y así logra un humor con mucha ironía pero sin caer en el cinismo fácil (ver, por ejemplo, el genial encuentro entre la familia protagonista y los padres de la novia de Zak), y una profundidad dramática que esquiva como si fuese una trompada la tentación sentimentalista. “Luchando con mi familia” se inscribe en el subgénero de film deportivo, donde el triunfo del que se hace desde abajo tiene un lugar acuciante, y con esta premisa nos encaja un knock-out con toda la energía posible. Stephen Merchant confía en una narración clásica, construyendo en el camino personajes memorables: desde el padre de Paige, suerte de hooligan bruto pero de buen corazón, hasta sus compañeras de entrenamiento, que desarman el estereotipo que a simple vista podían encarnar. Sin dejar de lado tampoco al entrenador de la WWE, un Vince Vaughn imperturbable, y responsable de algunos de los mejores chistes del filme.
Sólo cuando la película muestra el conflicto entre los hermanos, con pelea en el bar de manual, tambalea un poco. Allí el peso dramático se torna explícito, poniéndose por encima de lo que, hasta el momento, era una narración ligera y atrapante. Pero el filme culmina de la mejor manera posible. Paige, insegura pero valiente, sube al ring a dar pelea. Y nosotros, detrás de la pantalla, subimos con ella.

Nota: 8/10

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