Crítica: 1978



Por Sofía Luna Roberts

La película 1978, dirigida por Nicolás y Luciano Onetti, llega a las salas con una propuesta arriesgada: la combinación del horror político y lo sobrenatural. Ambientada en la época de la dictadura cívico – militar, el film no sólo reconstruye el clima de la violencia institucional, sino que también introduce elementos de lo fantástico, el terror gótico y el cine gore.



La sinopsis nos cuenta que: “Durante la final de la Copa del Mundo entre Argentina y Holanda, en tiempos de plena dictadura militar, un grupo de torturados irrumpe violentamente en un domicilio y secuestra a un grupo de jóvenes para llevarlos a un centro clandestino de detención. Lo que comienza como un interrogatorio inhumano, se convierte en un verdadero martirio: han secuestrado al grupo de personas equivocado.” Con esto en mente, la propuesta de la película tiene que ver con desafiar las convenciones del cine de terror al combinar el horror político con elementos fantásticos. Su estética y narrativa la convierte en una obra provocadora, que no sólo revisita un episodio oscuro de la historia argentina, sino que también lo resignifica a través de los códigos del género.

Para comenzar es importante destacar que el film está dividido en dos mitades claramente diferenciadas. La primera mitad se desarrolla bajo los códigos del thriller histórico y el cine de denuncia presentando un grupo de militares y torturadores que operan dentro de un centro clandestino de detención. En esta parte, la tensión se construye a través de la recreación de interrogatorios violentos, el abuso de poder y la impunidad de los represores. Adentrándonos en la segunda mitad, ocurre un giro inesperado: las víctimas secuestradas resultan ser integrantes de una secta satánica con poderes sobrenaturales. Este cambio de registro transforma la película en un survival horror, donde los victimarios se convierten en presas de fuerzas que no pueden comprender ni controlar. La transición de lo histórico a lo fantástico es abrupta pero eficaz en su capacidad para subvertir el discurso de impunidad.

Desde el punto de vista visual, la iluminación juega un papel crucial: en la primera parte predominan las luces frías y duras que evocan el realismo de un documental, mientras que en la segunda parte los contrastes se acentúan, con luces rojizas y sombras profundas reforzando así la atmósfera sobrenatural. En el montaje también se puede observar esta dualidad. En la primera parte, los cortes de cámara son pausados, con planos largos y encuadres cerrados que enfatizan la claustrofobia y la opresión. En la segunda parte, el montaje se acelera, con un uso intensivo de planos subjetivos y movimientos de cámara bruscos.

Con respecto a la construcción del espacio, el centro clandestino de detención funciona como un espacio de horror en sí mismo. Su diseño de producción enfatiza la decadencia y la suciedad, con paredes manchadas, pasillos angostos y una iluminación parca reforzando así el sentido de desolación y creando un ambiente misterioso y dramático. En la segunda parte, el mismo espacio se transforma en un escenario de pesadilla, donde lo que antes era un sitio de control y poder para los militares, ahora se convierte en su propia trampa mortal. Las locaciones elegidas refuerzan la atmósfera opresiva de la película. La mayor parte de la acción ocurre en interiores cerrados y en condiciones de penumbra, intensificando la sensación de encierro y peligro. Además, cuando aparecen los espacios exteriores, están despojados de vida y muestran un paisaje frío y amenazante reflejando el clima político en ese momento.

El film juega con dos inversiones posibles. Por un lado, la inversión de roles entre víctimas y victimarios utilizando el terror sobrenatural como una metáfora: dándonos a entender que es imposible escapar de la historia. Los torturadores, que representan el poder represivo de la dictadura, se ven confrontados con una fuerza que los sobrepasa, sugiriendo una especie de justicia poética. Además, es relevante destacar que la elección del Mundial del ´78 como trasfondo no es casual: simboliza la distracción masiva utilizada por el gobierno militar para encubrir sus crímenes. Y, por otro lado, podemos arriesgar que la figura de la secta satánica también puede leerse como una inversión de la narrativa oficial de la dictadura, que demonizaba a los opositores políticos y los presentaba como una amenaza al “orden”. En este caso, los torturadores se enfrentan a una amenaza real que los reduce a la impotencia, revirtiendo el esquema de poder.

A pesar de algunas transiciones abruptas en su estructura, 1978 logra articular una crítica política utilizando el horror como vehículo para reflexionar sobre la memoria, la impunidad y la justicia.

Calificación 6/10

Un comentario en “Crítica: 1978

  1. No me gustó nada . El cambio brusco y hasta tragicómico de convertir a los torturados en especie de zombies comiéndose a otros . No me pareció buena . Hasta siento una falta de respeto por las víctimas y sus fliares.

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