Reseña de Agustín Arosa

Un grupo de reclusos es reclutado para llevar a cabo una misión: ser carne de entretenimiento para el Juez. Sin embargo, el plan no se desenvolverá del modo esperado.

El universo simbólico carcelario no deja de presentarle un atractivo a los tratamientos de la forma. Seguramente porque permanece opaco frente a nuestros ojos y capturar algo de su sentido nos es dificultoso; aquello que confinamos, como perversos que somos, nos procura erotismo. La reina del pabellón es un interesante ejemplo de las construcciones estéticas del sentido sobre un mundo marginal.

Impecables actuaciones transforman un espacio despojado en entramados de tensión (esa escenografía que todos esperamos y que poco encontramos sin ser algo condescendientes). Tenemos ante nuestros ojos una arena cargada: todo lo hacen la actuación y el textísimo que Demaría sin duda ha tejido, entre melodía y espacio, el atuendo exquisito de los actores, y aquí es preciso ovacionar la pericia de Minelli dando masterclass. Imperdible.

Retomemos la construcción de sentidos: inducir de la cárcel un sesgo estético del cuerpo sexuado y violentado, la tensión homoerótica y la jerga despojada, ni es nuevo, ni, en la mayoría de los casos, grato. Incluso hasta estamos (mal) acostumbrados a ver lo puto como recurso (y en ese sentido, la pluma de “La Reina del Pabellón” podría haber sido un poco más rosa y menos sintética). Sin embargo, sí es grato ver por asomo una narrativa de uniones y vínculos hermanados, de la insistente necesidad de hacer de lo marginal un show, de la otra cara “y además” la forma.