Por Denise González
Lnave de lxs locxs, el vientre hinchado de comer verdades
La aventura comenzó ya en el exterior de la sala: solo sentarse a esperar a que se abran las puertas basta para estar participando de La nave. En un ambiente donde todo parece ser de todos, que da sensación de hogar, una persona reparte fichas y lápices para ser completadas por los futuros espectadores. La propuesta es responder una serie de preguntas insólitas que nos transportarán a lugares no tan transitados de nosotros mismos. Esto, y que mientras tanto rondan situaciones improvisadas alrededor que nos van introduciendo a la obra, nos preparan para la acción en un clima muy particular.
Al entrar al espacio donde va a suceder la magia nos indican que podemos tomar asiento donde queramos. Las sillas están por doquier, repartidas aleatoriamente. Las luces juegan con la imagen del enigma central y los personajes ya están en escena, expresándose a través de sus cuerpos y voces, vestidos de blanco y esparcidos en diferentes puntos, aunque todos ellos dentro de este escenario circular al que rodeamos los recién llegados.
La obra transcurre desde el principio entre situaciones abstractas breves; se presentan como algo desconocido, pero con lo que todos nos identificamos. Tarde o temprano llegamos a entender que estamos viendo nada más ni nada menos que la cotidianidad reflejada en un signo, en un conflicto teatral que grita “hay que expulsarlx por distintx”. Lo profundo del ser humano expuesto a un ciclo de juicios infinito.
Si algo ha de destacarse de los artistas y de la obra en general, esta composición construida a partir de la investigación realizada por la directora en torno a Foucalt, es la intensidad con la que trabajan y que bien saben volcar sobre el contexto para introducirnos en la atmósfera colectiva en que vivimos sin ser conscientes en la sociedad. Desde lo técnico, el profesionalismo con que se desarrollan las improvisaciones, dando su toque pasional en cada reacción, en cada intervención. Envuelven la concentración de cada persona y sin duda la llevan a un lugar recóndito y peculiar, a un descubrimiento en su interior. Las frases, el contacto físico y las miradas traspasan la relación espectador-actor. Esto se ahonda sobre todo en los fragmentos en que el público es invitado a jugar dos juegos. Los asistentes, sorprendidos, tienen la posibilidad de apropiarse del espacio para expresar sus miedos y fortalezas a través de las preguntas sustanciales que ofrece la puesta en escena detrás de aquellos juegos inocentes que alguna vez nos enseñaron a jugar. La nave se convierte en un verdadero cuadro de entrega y liberación para los valientes que ponen sobre la mesa su verdad. Es que si algo logra es desnudar los límites y los dolores que nos encierran desde lo más primitivo en la cultura que nos origina desde la niñez.
Más allá de subrayar la excelente forma en que se desenvuelve cada eslabón de la cadena que conforma La nave en cuanto a lo profesional, hay algo no tan fácil de conseguir que se ve claro durante toda la secuencia, y que quiero colocar en una posición excepcional: el espectador tiene permiso de adueñarse de la experiencia, reflexionar y llevarse dentro un disparador inmenso de cuestiones de su cualidad humana. Es precisamente lo que la hace única y personal, volviéndose invaluable para quien abraza al arte para replantearse su realidad diaria.
Ficha técnica
Intérpretes: Julieta Rocío Barletta, Facu Cohen, Malena Jawerbaum, Juan Ignacio Piasentini, Jimena Romero, Joaquín Saldeña, Gustavo Silva Arévalo, Liliam Zarreth.
Vestuario: Verónica Casanova
Escenografía: Ana Díaz Taibo
Diseño Gráfico: Sabrina Pintos
Asistencia Técnica: Camilo Labraña
Asistencia en Dirección: Lucila Lobel
Producción Audiovisual: Habla la Hache, Jualián Baquero
Prensa: Cakatúa Prensa
Dirección: Mariana Moschetto
Función: Viernes 23hs | El Club de Trapecistas Estrellas del Centenario. Dirección: Ferrari 252, CABA | Entrada gral: $300.- Promociones disponibles en boletería